lunes, 8 de abril de 2013
Odiamos a los demás porque nos odiamos a nosotros mismos.
Todo empezó con una mentira. De las peores, además, las que se dice uno a sí mismo.
Aunque es cierto que existe algo peor que una mentira, y es una verdad desproporcionada, de esas que te golpean en la cara con lo feo que eres, inútil, estúpido y defectuoso.
Pero esta vez todo empezó con una mentira. O más que una mentira, una errónea estimación de sus capacidades. Igual que el estudiante que confía en que tendrá disciplina y elige asignaturas de más al matricularse, o el proletario que confía en que no haya sorpresas y se compra una casa que todavía no sabe que no va a poder pagar.
Y os preguntaréis qué pasa al final. Pues qué va a pasar, un desastre, una calamidad. Al final llegan las verdades de las que hablaba, la culpa y la autodestrucción, todo junto.
Qué difícil es poner las verdades en orden y mantener erguida la base de la realidad, para que no salga volando con el primer viento fresco. Para conservar las fuerzas suficientes para agitar el puño contra la adversidad y gritar ¿Y QUÉ?
Una foto que odio para un día que odio.
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