Había sido él el que había sacado el tema de las cuerdas, pero fui yo la que escondió cuatro nudos corredizos en las esquinas de la cama para ir inmovilizándole las extremidades según recorría su cuerpo con los dedos, caminando alrededor de la cama.
- ¿Qué haces?
- Te ato.
Creo que para él era fácil dejarse llevar porque confiaba en mis manos. Sin embargo, cuando días más tarde intentó atarme él a mí, terminé con las piernas enredadas en un larguísimo trozo de cuerda, luchando por no moverme para mantener la farsa de que aquel caos era sólido.
Yo anhelo solidez: crecí un entorno emocionalmente caótico, así que de adulta intento construir solidez a mi alrededor constantemente. Es más fácil construirla para mí sola, claro, pero de vez en cuando invito a alguien a entrar en ese lugar en el que nunca falta de nada y todo se hace siempre con el mismo cariño. Sólido.
No todo el que entra en mi lugar lo aprecia o decide quedarse. Algunos pasan tanto rato en la puerta, cuestionándose si entrar o no, que se va el calor. Otros entran y lo ponen todo perdido. A algunos les gusta pero les abruma la solidez. Por supuesto, cada uno entra en mi lugar con su propias ataduras.
Creo que me volví una persona cuerda el día que acepté las mías.
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