lunes, 22 de noviembre de 2021

Fe






¿Crees que tus mejores días ya han pasado o que aún están por llegar?

Do you think you've already peaked or that you're yet to peak?

martes, 9 de noviembre de 2021

Amor y ferreterías




Hace años tuve un novio al que le daban miedo las ferreterías. Nunca lo entendí, porque la familia de mi mejor amiga de la infancia tiene una y a mí me encantaba pasar tiempo allí y observar las hileras de pequeños cajones que llegaban hasta el techo y que contenían todo tipo de clavos.

Supongo que heredé de mi padre (que lo guarda y lo ordena todo meticulosamente) el gusto por los cajones llenos de clavos.

A aquel novio también le daban miedo las tormentas. Nunca lo entendí, porque me crié en la montaña y no había nada mejor que ver una buena tormenta desde la ventana. Y a riesgo de ser un cliché, me encanta esa sensación de rendirme y dejarme empapar debajo de una tormenta.

Supongo que heredé de mi hermana (que se ponía margaritas en los agujeros de las orejas) el gusto por la bohemia y saltar en los charcos.

Hay otra cosa que tienen en común las ferreterías y las tormentas. Y soy yo! Soy una tormenta, tienes que disfrutar de la intensidad ocasional y saber mojarte para estar conmigo. Y también soy una ferretería. Porque, como un clavo saca a otro clavo y yo me enamoro rápido, tengo una colección de clavos para la que ni el mismísimo Baldomero tendría bastantes cajones.

Y lo bien que me lo paso.

martes, 2 de noviembre de 2021

Luz de gas



Llevaba un par de semanas sintiendo que estaba loca. Que su noción de la realidad estaba desviada y de alguna manera había inventado un mundo que no se correspondía con lo que en realidad había pasado.

Hasta que la otra noche se acostó y no podía dormir. Nada fuera de lo habitual, pero esta vez no era autocrítica lo que la mantenía en vela, sino un recuerdo, o el atisbo de un recuerdo al que no conseguía sacudirle el polvo.

Había llegado a creerse que sus propias ganas de conectar con otra persona habían intoxicado su percepción. Después de tantos pequeños ladrillos que habían ido construyendo un muro azul granítico, ni siquiera recordaba a qué se aferraba, y lo achacaba todo a algún tipo de trastorno patológico, inherente a ella, del que jamás se podría liberar.

Ahogada por la frustración que intoxicaba el aire fuera de la cama, estiró el edredón sobre su cabeza, abrazó la almohada y respiró. Entonces olió el Mimosín. Olía igual que su tía Prisca, aquella mujer guapa, alegre y cariñosa que de cuando en cuando alegraba los fines de semana con sus visitas, en las que siempre traía algún tesoro de Oviedo. Hay que señalar que, por aquel entonces, Oviedo era una exótica gran ciudad.

Este recuerdo cálido lubricó sus neuronas y de repente muchos recuerdos, que habían sido ninguneados por las incoherencias del pasado más reciente, salieron de golpe como sale el pegamento del tubo cuando el orificio se ha quedado reseco.

Recordó aquella vulnerabilidad tan valiente, las conversaciones, las risas, y las siestas en el sofá. Recordó los motivos sólidos por los que había llegado a sentir lo que sentía, y por fin afloró el maldito recuerdo que no la dejaba dormir.

- Tengo miedo.

- ¿De qué?

- De esto.

- ...

- Siento que estoy mejor contigo que sin ti, y me da miedo.

- Pero de eso se trata, ¿no? De dejar entrar en tu vida únicamente a las personas que te hacen sentir mejor con ellas que solo.

- ¿Me puedo quedar a desayunar?

- Claro.

De repente la tristeza se convirtió en calma. Encendió una luz suave y, por fin con sueño, apuntó en la libreta que vive en la mesita de noche "estoy mejor, qué miedo", por si al despertarse había olvidado de nuevo que no estaba loca.