lunes, 7 de febrero de 2022

Picar piedra




Más o menos por estas fechas hace 7 años que empecé a ir a terapia. Los que me conocieron antes seguramente se acuerdan de cómo era, y de lo mucho que cambié.

Los que me quieren dirán que a mejor.

Los que quieren aprovecharse de mis vulnerabilidades dirán que a peor.

Durante estos años hubo muchos momentos en los que dudé de mi progreso. Me enfrentaba a una pared altísima que parecía imposible de escalar, y muchas veces me planteaba la posibilidad de quedarme a vivir en aquel patio de luces.

E siempre me recordaba mis progresos, por pequeños que fueran, y me decía que la terapia era como picar piedra: si eres persistente, antes o después la pared pierde integridad y acaba cayendo, por alta que sea.

Y así fue. Soy capaz de hacer cosas que consideraba imposibles.

Por supuesto, una vez que la pared cayó, seguí explorando el mundo detrás de ella. Entonces aparecieron otras paredes, algunas incluso mayores y que dan más miedo. Y, evidentemente, también ahora me planteo la posibilidad de quedarme a vivir en esta bonita parcela que he conquistado.

A veces incluso doy discursos vehementes acerca de lo mucho que mola mi parcela. A la gente siempre le resulta convincente mi verborrea, pero en realidad a quien querría convencer es a mí.

Sé que tengo que seguir picando piedra.

domingo, 6 de febrero de 2022

El eterno retorno



En 2019 vivía en Brighton. Me había mudado allí solo con una maleta y no pude encontrar ningún piso decente que estuviera amueblado, así que pasé algunas semanas viviendo entre la cama y el suelo mientras compraba todos los muebles que normalmente hay en una casa.

Un día vi un sofá en una página de artículos de segunda mano. Costaba 220 libras y se veía limpio y poco usado, así que me puse en contacto con el vendedor y después del trabajo caminé unas cuantas millas bajo el sol hasta llegar al sitio donde estaba guardado.

Cuando llegué y lo probé, pude notar lo poco sólido que era y la baja calidad de los materiales. Por aquel entonces yo todavía no sabía decir que no, así que me lo llevé igual. En cuanto se fue el tipo y me vi a solas con mi sofá y mis verdaderos sentimientos sin maquillar, me enfadé bastante. Me sentía gilipollas por haber tirado a la basura un dinero que bien me podría haber gastado en cervezas.

Pasé un par de minutos gruñendo y pensando en cosas que podría haber pagado con aquel dinero y entonces tuve una idea: no me había gastado 220 libras en un sofá inservible, me había gastado 220 libras en una lección que a todas luces necesitaba aprender. "No vuelvas a conformarte con algo que no quieras". Y se me pasó el enfado.

Por supuesto, aquella no fue la última vez en la que me llevé a casa un metafórico sofá de mierda, pero fue un gran paso hacia este momento: estoy escribiendo esto sentada en el suelo, tengo la espalda apoyada en un cómodo y caro sofá que no pagué yo, y no hay nada en mi vida que no quiera.