En 2019 vivía en Brighton. Me había mudado allí solo con una maleta y no pude encontrar ningún piso decente que estuviera amueblado, así que pasé algunas semanas viviendo entre la cama y el suelo mientras compraba todos los muebles que normalmente hay en una casa.
Un día vi un sofá en una página de artículos de segunda mano. Costaba 220 libras y se veía limpio y poco usado, así que me puse en contacto con el vendedor y después del trabajo caminé unas cuantas millas bajo el sol hasta llegar al sitio donde estaba guardado.
Cuando llegué y lo probé, pude notar lo poco sólido que era y la baja calidad de los materiales. Por aquel entonces yo todavía no sabía decir que no, así que me lo llevé igual. En cuanto se fue el tipo y me vi a solas con mi sofá y mis verdaderos sentimientos sin maquillar, me enfadé bastante. Me sentía gilipollas por haber tirado a la basura un dinero que bien me podría haber gastado en cervezas.
Pasé un par de minutos gruñendo y pensando en cosas que podría haber pagado con aquel dinero y entonces tuve una idea: no me había gastado 220 libras en un sofá inservible, me había gastado 220 libras en una lección que a todas luces necesitaba aprender. "No vuelvas a conformarte con algo que no quieras". Y se me pasó el enfado.
Por supuesto, aquella no fue la última vez en la que me llevé a casa un metafórico sofá de mierda, pero fue un gran paso hacia este momento: estoy escribiendo esto sentada en el suelo, tengo la espalda apoyada en un cómodo y caro sofá que no pagué yo, y no hay nada en mi vida que no quiera.
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